El pianista Pablo Picazo y la ilustradora Patricia Salinas nos presentan a «La niña»


“Recordar es necesario, a veces da miedo porque hay cosas que nunca se consiguen superar. Sin embargo, llega un momento en el que aceptamos que llegan a su fin y por eso debemos valorar el tiempo y los momentos vividos»

Pablo Picazo estrena hoy, 16 de diciembre, su vídeo para «La Niña», pieza extraída del que fuera su primer trabajo, Despertar. Se trata de una composición para piano y cello muy especial para el artista, que la creó hace años durante el duelo por la pérdida de un ser querido. En ella, la sensibilidad que caracteriza a Pablo a la hora de tocar el piano, subrayada por el cello de Mireia López Beltrán, nos acerca a una historia universal de amor, dolor y aceptación.
El mismo carácter tranversal de su música que le llevó a fusionar en «Redes», su anterior videoclip, su composición con la danza del coreógrafo Pedro Ramírez, en este caso le ha llevado a colaborar con una artista del campo del diseño gráfico, Patricia Salinas. Y es que, en el vídeo, la música de Picazo y las imágenes creadas por la ilustradora dan lugar a una narrativa que progresa a la par y, desde la más absoluta simplicidad, nos envuelve en la historia de la niña y su abuelo. A través de dibujos estáticos y las manos de Pablo interpretando la pieza al piano, deja bien claro quién ese esa niña y qué le ha sucedido, llevándonos de lo particular a lo universal: la relación de la niña y su abuelo podría ser la de cualquiera de nosotros con nuestros mayores, y todos podemos vernos reflejados en el dolor que le causa a la protagonista la pérdida de un referente tan importante.
Las delicadas ilustraciones creadas por Patricia desarrollan la historia de la niña: una joven que, a través de recuerdos, recorre la relación que le ha unido a su abuelo hasta el fin de su vida. A través de un blanco y negro cargado de melancolía, el vídeo nos convierte en testigos de los momentos más significativos en la relación de los protagonistas, invitándonos a compartir esa intimidad para hacernos partícipes del amor y la admiración mutua entre ambos. Cada dibujo atrapa un momento imborrable de la niña junto a su abuelo, un recuerdo que le acompañará durante el resto de su vida, al igual que la concha que ella lleva colgada del cuello, a la que se aferra para sobrellevar el duelo por la pérdida, en un gesto en el que todos nos podemos reconocer.